El alma y las energías humanas
Encuentro de almas para orar a la Virgen del Valle. Cumaná- Venezuela. Imagen de HT/2008 |
1.
Un médico creyente de edad
inmemorable, desconfiando de la religión descubrió que Dios es una imagen
ingénita en la psique del hombre; un arquetipo universal del bien, del amor y
del poder existente en cada individuo; un habitante de su misteriosa y ubicua
psique. Una imagen cargada de energía. Un Complejo Autónomo, personal e
impersonal, por su relación única y disímil con ella, pero accesible a cada
quien, desde un íntimo y autentico acto de fe. Descubrimiento no refutado,
hasta ahora, dentro del reciente acervo de conocimientos de la todavía joven psicología.
Desde ésta, y desde la Física, la Biología -y aún- desde el misticismo, existen
quienes presumen a la energía humana, como algo indistinto de algunas de las
energías existentes en el universo. Por eso sería comprensible la idea conforme
a la cual Dios pudiere ser uno de los posibles nombres de Dios. La naturaleza
energética de la imagen de Dios, la Imago Dei, admitiría conjeturarle como una
forma de energía, tal vez una, de las energías arquetípicas existentes en él,
como la felicidad, la tristeza o el sentimiento de la muerte. Visto así, es
imprescindible o lícito mencionar la palabra la sagrada, sin conjeturar, sobre
si ella es una imagen omnipotente, omnipresente y creadora del hombre y del
universo.
2.
Ser hombre, ser humano, se expresa con la vivencia de la plenitud. Ella
refleja la capacidad de poder sentir, percibir, pensar e intuir, como
potestades inseparables de su conciencia, de su ser o bien de su alma. Por ello
es inconcebible una ciencia sobre el hombre o una psicología, sin el
reconocimiento de la existencia del alma, como una parte cognoscible, tal vez
la menos y la más compleja de su ser. Aquella a la cual se refiere el médico
suizo, como sinónimo de psique, y no como dato especulativo o irracional, cuya
trascendencia más allá de esta vida, sería el motivo de estudio más serio y
acaso más grande para la sapiencia.
3.
El alma, como un atributo espiritual de la existencia humana,[1] es un hecho incontestable, llámese alma o
psique. Tampoco es dubitable o controvertible su naturaleza energética, como
síntesis perceptible de todas las formas anímicas de energía existentes en él,
llámense ideas, sentimientos, pasiones, intuición, instintos, deseos o
percepciones. Todas ellas y otras la constituyen. El cuerpo contiene al hombre.
Pero el hombre, -el ser humano, allí contenido en su túnica o carcasa-, es su
alma, y junto con ella, todos lo elementos familiares y societales modeladores de su carácter o de su espíritu, su anima, o su animus, amalgamándose con ella. El
alma es la unidad numinosa de energías múltiples, humanamente sentidas y
presentibles en el palpito silencioso o de modo mudable en el sentido amoroso o
arrebatado de quien se percibe, vive, se desplaza y es. Ella, es portadora
ostensible de impulsos espirituales nombrables, lícitamente, como principios substanciales
de vida. Es portadora de potencias con la cual ha encauzado fuerzas grandiosas
existentes en la y en su propia naturaleza. Ella es vicisitud creadora y
recreadora de las muchas facultades humanas. Por lo escrutable, la nuestra
sería una energía transformable y transformadora, convertible y sutil, poseedora
de sentimientos e inteligencia con los cuales la naturaleza se reconoce a sí
misma, idea esta última, pronunciada, tal vez por repetida, por un respetable
filósofo materialista.[2] El concepto de lo humano podría aportar pistas
sobre sus diversas propiedades. ¿Únicas dentro del cosmos?
4. No es desacierto ni dogma el concepto psicológico
del alma. Ni especulación el supuesto energético característico de ella. El
alma es. Y por tal, acontecimiento digno de percepción y de estudio. Suponer y
reivindicar al alma, como una de las formas de energía existentes en la
naturaleza es una demanda racional, moral y tecnológica de lo indudable, de lo humano
digno o provechoso y de lo misteriosamente posible. La unicidad de la
existencia humana, y junto con ella la del alma, dificultan su auscultación.
Las humanas energías parecen fuerzas superiores, sutiles e imponderables.
Ninguna de sus probables propiedades físicas, serían comparables con cualquier
tipo de energía. La suya sólo parece semejante con las facultades atribuibles a
un creador, al Creador. Sólo podemos verificar la coexistencia de atributos
observables, y tal vez medibles, en las potencias humanas como el amor, la
inteligencia o la razón. ¿Podríamos intuir en ella, la presencia de variables
longitudes de onda? ¿Conocer la velocidad del pensamiento? Consignaciones
humanas frecuentes, comunes explicaciones, y aun, certezas psicológicas sobre
las buenas y las malas energías, evidenciarían probables formas de existencia, aparcamiento
y desplazamiento de ellas. Lo posible y lo necesario es no ignorar ni negar lo
evidente: La energía humana, como una forma particular de energía existente en
estas coordenadas del universo.
[1] Carl G.
Jung tuvo la creencia de la existencia del alma en los animales superiores.
[2] Friedrich Engels (1820-1895). Introducción
a La Dialéctica de la Naturaleza, pp.39-59. Obras Escogidas. Tomo III. Editorial Progreso. 7ma. Edición 1974.
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