El alma y las energías humanas

Encuentro de almas para orar a la Virgen del Valle. Cumaná- Venezuela. Imagen de HT/2008 


   
"Como el alma constituye un dato irracional, y no puede en modo alguno asimilarse, según el antiguo modelo, a una razón más o menos divina, no cabe extrañarse de que, en la experiencia psicológica de modo  extremo  frecuente,  se  encuentre  uno con  procesos  y vivencias que no se corresponden con nuestras expectativas razonables y son por consiguiente rechazados por nuestra conciencia, orientada según la razón. Esta aptitud racionalista es, naturalmente, inepta para la observación psicológica,  ya
que  resulta en gran medida anticientífica."                                                           
                                                                                                                               Carl Gustav Jung.                                             
      
                                                                                                                                                            



1.    Un médico creyente de edad inmemorable, desconfiando de la religión descubrió que Dios es una imagen ingénita en la psique del hombre; un arquetipo universal del bien, del amor y del poder existente en cada individuo; un habitante de su misteriosa y ubicua psique. Una imagen cargada de energía. Un Complejo Autónomo, personal e impersonal, por su relación única y disímil con ella, pero accesible a cada quien, desde un íntimo y autentico acto de fe. Descubrimiento no refutado, hasta ahora, dentro del reciente acervo de conocimientos de la todavía joven psicología. Desde ésta, y desde la Física, la Biología -y aún- desde el misticismo, existen quienes presumen a la energía humana, como algo indistinto de algunas de las energías existentes en el universo. Por eso sería comprensible la idea conforme a la cual Dios pudiere ser uno de los posibles nombres de Dios. La naturaleza energética de la imagen de Dios, la Imago Dei, admitiría conjeturarle como una forma de energía, tal vez una, de las energías arquetípicas existentes en él, como la felicidad, la tristeza o el sentimiento de la muerte. Visto así, es imprescindible o lícito mencionar la palabra la sagrada, sin conjeturar, sobre si ella es una imagen omnipotente, omnipresente y creadora del hombre y del universo.

2.    Ser hombre, ser humano, se expresa con la vivencia de la plenitud. Ella refleja la capacidad de poder sentir, percibir, pensar e intuir, como potestades inseparables de su conciencia, de su ser o bien de su alma. Por ello es inconcebible una ciencia sobre el hombre o una psicología, sin el reconocimiento de la existencia del alma, como una parte cognoscible, tal vez la menos y la más compleja de su ser. Aquella a la cual se refiere el médico suizo, como sinónimo de psique, y no como dato especulativo o irracional, cuya trascendencia más allá de esta vida, sería el motivo de estudio más serio y acaso más grande para la sapiencia.

3.    El alma, como un atributo espiritual de la existencia humana,[1] es un hecho incontestable, llámese alma o psique. Tampoco es dubitable o controvertible su naturaleza energética, como síntesis perceptible de todas las formas anímicas de energía existentes en él, llámense ideas, sentimientos, pasiones, intuición, instintos, deseos o percepciones. Todas ellas y otras la constituyen. El cuerpo contiene al hombre. Pero el hombre, -el ser humano, allí contenido en su túnica o carcasa-, es su alma, y junto con ella, todos lo elementos familiares y societales modeladores de su carácter o de su espíritu, su anima, o su animus, amalgamándose con ella. El alma es la unidad numinosa de energías múltiples, humanamente sentidas y presentibles en el palpito silencioso o de modo mudable en el sentido amoroso o arrebatado de quien se percibe, vive, se desplaza y es. Ella, es portadora ostensible de impulsos espirituales nombrables, lícitamente, como principios substanciales de vida. Es portadora de potencias con la cual ha encauzado fuerzas grandiosas existentes en la y en su propia naturaleza. Ella es vicisitud creadora y recreadora de las muchas facultades humanas. Por lo escrutable, la nuestra sería una energía transformable y transformadora, convertible y sutil, poseedora de sentimientos e inteligencia con los cuales la naturaleza se reconoce a sí misma, idea esta última, pronunciada, tal vez por repetida, por un respetable filósofo materialista.[2] El concepto de lo humano podría aportar pistas sobre sus diversas propiedades. ¿Únicas dentro del cosmos?

4. No es desacierto ni dogma el concepto psicológico del alma. Ni especulación el supuesto energético característico de ella. El alma es. Y por tal, acontecimiento digno de percepción y de estudio. Suponer y reivindicar al alma, como una de las formas de energía existentes en la naturaleza es una demanda racional, moral y tecnológica de lo indudable, de lo humano digno o provechoso y de lo misteriosamente posible. La unicidad de la existencia humana, y junto con ella la del alma, dificultan su auscultación. Las humanas energías parecen fuerzas superiores, sutiles e imponderables. Ninguna de sus probables propiedades físicas, serían comparables con cualquier tipo de energía. La suya sólo parece semejante con las facultades atribuibles a un creador, al Creador. Sólo podemos verificar la coexistencia de atributos observables, y tal vez medibles, en las potencias humanas como el amor, la inteligencia o la razón. ¿Podríamos intuir en ella, la presencia de variables longitudes de onda? ¿Conocer la velocidad del pensamiento? Consignaciones humanas frecuentes, comunes explicaciones, y aun, certezas psicológicas sobre las buenas y las malas energías, evidenciarían probables formas de existencia, aparcamiento y desplazamiento de ellas. Lo posible y lo necesario es no ignorar ni negar lo evidente: La energía humana, como una forma particular de energía existente en estas coordenadas del universo.   



[1]  Carl G. Jung tuvo la creencia de la existencia del alma en los animales superiores.

 

[2] Friedrich Engels (1820-1895). Introducción a La Dialéctica de la Naturaleza, pp.39-59. Obras Escogidas. Tomo III. Editorial Progreso. 7ma. Edición 1974.

 


 






   


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