Sobre la inteligencia de la energía, la memoria del agua y el alma de las palabras


 

 


Las palabras y los pensamientos dirigidos hacia los demás, ejercen, en primer lugar, un efecto sobre nosotros.

                                                                               Masaru Emoto


 


 

1. Pareciera que el desconcierto, la racionalidad y el rigor científico, reprimen especular sobre la posible existencia de formas precarias y desconcertantes, pero evidentes, sobre formas, ¿acaso, de inteligencia? en partículas y en expresiones fenoménicas de la energía. Por ejemplo, en la física cuántica el principio de superposición explica la bifurcación de una partícula (un fotón), la cual, lanzada individualmente hacia una de dos rendijas elije pasar por ambas, superponiéndose luego a sí misma. Solapamiento verificable en la existencia de un solo impacto. Otro: se conoce el comportamiento libre o discreto de partículas ante la ausencia o la presencia de un instrumento observador. ¿Qué se puede pensar o decir de una partícula que modifica su comportamiento al percibirse observada? Se deduce, por lo menos, un energético rechazo. Inexplicable variabilidad del comportamiento esperado, verificado desde entonces, en dos de los distintos experimentos de la doble rejilla (1803) del médico Thomas Young. Igual acontece en la psicología experimental con la alteración de experimentos por la conducta autónoma de la psique o fragmentos de ella, como lo consigna Jung en sus observaciones con motivo de sus experimentos de asociación de palabras[1] en los cuales son observables reacciones fisiológicas y manifestaciones de procesos inconscientes. 

 

2. Se sabe sobre el entrelazamiento de partículas, fenómeno conjeturado matemáticamente, y así definido, por Erwin Schrödinger (1935) para significar la correlación existente entre partículas distantes, cuyos cambios o giros producidos en una, pueden suscitar modificaciones en otras, cual una danza de bailarinas o el coordinado movimiento de cardúmenes, lo cual implica comprenderlas entrelazadas, aunque sus separaciones sean de millones de kilómetros de distancia. Sería esta, una metáfora para el sistema o la definida función de onda de aquellas. Más espectacular que lo antedicho, pareciera el distante entrelazamiento y la constelación de personas, historias reales y de vidas ajenas, comprensibles o intuibles a luz de la citada teoría. Son muchas las silenciadas manifestaciones de asombro por atributos todavía innombrables de la energía. Expresada ésta en sus ficciones o prodigios o en las diversas emanaciones en las cuales transparenta, como acontece con los diversos rostros y maravillas observables en el agua cristalizada. Se ha pregonado siempre acerca de sus definidos y otros irresolutos poderes. Menos de ella los menos evidentes. Omitiremos por tal motivo y por reiterado lo sabido.

3.  Un hombre de una civilización superior y predispuesta hacia el furtivo saber, nombrado Macero Emoto, dilató parte de su vida en reconocer los indudables misterios del agua. Desde joven le interesaron sus efectos curativos y tras ellos hurgó. Desde épocas inmemoriales es conocido el poder curativo del agua. Culturas antiguas como las de Egipto, Persia, India, regiones de la actual Europa y del mundo prehispánico, fueron conocedoras y tratantes con ella de la salud del cuerpo y el espíritu. Su poder sigue siendo utilizado, esencialmente, a través de la benefactora inmersión. La gran novedad, conforme a Emoto, consiste en la posibilidad de reconocer información, observable en sus cristales, en forma de expresivas e impresionantes imágenes.

4.  Por el desarrollo de la ciencia se conoce, con rigor, sobre las propiedades, función y estructura del agua. Menos, sobre sus diferencias y desigualdades sanadoras. El más reciente alumbramiento fue su facultad memorística. Emoto descubrió, con procesos de cristalización, diversas memorias según su origen. El agua de manantial, verificable por eficientes microscopios, sería una y distinta del agua estancada. La primera - dijo - puede formar hexágonos armónicos, decorados con filigranas que cortan el aliento, mientras que el agua procedente de ríos o embalses forma cristales apenas acabados.[2] Hechos con los cuales atestiguó la oculta fealdad o la inusitada belleza y la memoria del agua. Cada una sería portadora de singulares imágenes, registros y distintos poderes, que conforme aseguró, podemos absorber.




5.  Como receptáculo de vibraciones, la música deletrea en sus cristales, una arquitectónica belleza diamantina. Pinos y rostros, flores y hojas, catedrales y coronas, esculpidas en ella con minucias de joyero, pregonan su fantástico o emancipador poder. Sean aquellas musicales notas de clásico estilo, como el Ave María de Franz Schubert o de popular y amoroso género, como Yesterday, de los Beatles. Otra virtud es la empatía. Para Emoto y sus congéneres, las palabras tienen un alma. Son sus tributarias o sus mensajeras. El agua, tendría la sensibilidad para saber reconocer disímiles y humanas vibraciones, como la gratitud, el amor, la alegría, la consternación o el odio. Estas substancias serían propiedades adscritas o invocables en los campos morfogenéticos, explicados por Rupert Sheldrake,[3] en los cuales supone almacenada información en forma de vibraciones. El campo morfogenético de gracias, gratitud. se refuerza, según sus observaciones, “cada momento que alguien piensa o pronuncia esas palabras.”[4] Las palabras, los pensamientos y los actos tendrían magnitudes vibratorias emparentables. Conforme a Emoto, un pensamiento cargado de energía es un patrón vibratorio almacenado o almacenable en nuestro cuerpo y correspondiente a una vibración alrededor nuestro “y más allá,” con lo cual influimos en otros, quienes nos retroalimentan con igual energía, reforzando nuestras vibraciones. “Se comprende entonces, cuán importante es pensar y pronunciar cosas buenas.”[5]                                                


6.  El doctor Nobuo Shioya, instructor de Emoto, explica tres actitudes correctas del espíritu. La primera, pensar positivamente acerca de todo. Se habría demostrado su benignidad sobre la salud del cuerpo y la mente. Segunda, no olvidarse de dar las gracias. La gratitud, - dice su instructor, - puede ser un sentimiento básico. Si le interpretamos correctamente, se refiere a un arquetipo, tan básico como la esperanza, el sentido del bien o del mal, la bondad, la misericordia u otra de las vibraciones antes nombradas. La energía se enfoca hacia donde dirigimos nuestra atención. “Si expresamos gratitud, conscientemente, emitimos las vibraciones correspondientes y atraemos vibraciones del mismo tipo.”[6] Como quien dijera, “amor con amor se paga.” Sabido es también, el poder contaminador de la rabia. No con poca frecuencia, somos en parte responsables de agresiones imprevistas y de “rabias ajenas.” Tercera: No refunfuñar, pues la queja reproduce vibraciones que irradiamos, atrayendo negatividad. Las buenas y las malas vibraciones imprimen sobre el agua, como sobre nuestro acuoso cuerpo, su impronta, y nos retroalimentan. Por eso Emoto, recomienda, “alabad a vuestros hijos, (a vuestros colaboradores y vuestros amigos, etcétera).”[7] ¿Influyen en nosotros, las buenas y las malas energías, por consecuencia de inimaginables entrelazamientos?  




7.  Existen en el mundo muchos manantiales a los cuales acuden las personas, buscado curación para desiguales dolencias. De las diversas cualidades de distintos acuíferos, muchas se conocen. Unas por la posesión de variados contenidos minerales. Otras, por la tenencia de un magnetismo natural de origen desconocido. Tal, el proveído por las rocas de la región alpina del Tirol, conforme lo atestigua, Jürgen Fliege, quien junto con Emoto, refrendó otras dimensiones fantásticas, aunque menos conocidas y sublimes del agua.

8.  No solo el agua es utilizada por sus poderes curativos. También los sonidos ostentan propiedades sanadoras, por indocumentadas y exornadoras e inconmensurables potencias energéticas. Es harto conocido el poder estimulante y transformador de la música sobre el espíritu. Y sobre diversas anomalías fisio y psicopatológicas, tratables con la musicoterapia. No menos insólito, es el conocido poderío de la frecuencia acústica de los mantras. Y junto con ellos, el imperio antiguo, y no desmentido, de la oración. Potencia contenida en el secreto o revelado poder de las palabras y de sus almas. Uno de los testimonios más insólitos de Emoto, fueron fotografías previas y posteriores de las aguas estancadas del lago Fujiwara, antes y luego de que el pastor Kato Hoki orara sobre él. Los grupos de fotos previas, “mostraban cristales formados de forma inadecuada,” cuyas figuras, “parecían la cara de alguien sufriendo. (…) Entre los cristales hexagonales exquisitos, obtenidos del agua, después de los rezos, había dos heptágonos (cristales de siete caras). Curiosamente el reverendo había orado a las siete diosas de la fortuna.”[8] Numinosidad, conocida y atestiguada por la sapiencia asiática, y particularmente, por la impasible cultura japonesa de la cual descendió, el emérito espiritualista, doctor en medicina, sanador y científico japonés, Masaru Emoto.






Henry Tovar

1 Jung, parte de la premisa de la existencia de una energía correspondiente al alma con vida independiente de la conciencia y lo expresa así: “La propiedad de anular el espacio y el tiempo debe ser inherente a nuestra alma (…) Hay razón para pensar que sólo lo que llamamos conciencia está encerrada en el tiempo y el espacio, mientras que la parte restante del alma, es decir, lo inconsciente, se encuentra en estado de relativa atemporalidad (2011, XXV). Afirma, además: “La psique debería poseer un aspecto bajo el cual apareciera como masa en movimiento que permitiría pensar en una materia con una psique latente” (2011, XiX).     

[2] Masaro Emoto y Jürgen Fliege.  Autor de, El Poder Curativo del Agua. Ediciones obelisco. Pdf. p.11

[3] Biólogo y bioquímico inglés nacido en 1942. Egresado de la Universidad de y de Harvard (1964), Cambridge (1967) es autor se nueve libros y coautor de seis. Es el autor de “La nueva ciencia de la vida. La hipótesis de las resonancias mórficas,” conforme a la cual, grosso modo, ciertos fenómenos, conocimientos o conductas, pueden ser transferidos entre minerales o especies, en el caso de estas, por medios distintos a los genéticos. De modo concreto, a través de denominadas resonancias mórficas, tema sobre el cual existiría evidencia fenoménica en la antropología (Ley del centésimo mono y en la física (Experimento Aspen 2000). 

[4] Ob. Cit.  p.22

[5] Ídem p.28

[6] Ídem, p.29

[7] Ídem, p.30

[8] Jaene Manning. La sensibilidad del agua., p.120. En:  Historias de la Nueva Ciencia (2011). Barcelona España.

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